Un oasis en el desierto sirio



Un oasis en el desierto sirio
Palmira, la antigua Tadmor, es de todas las ciudades del desierto la mejor conservada. Su origen y primera razón de ser fue la riqueza de los manantiales de agua que ofrecía a los sedimentos nómadas del desierto, al rededor de la fuente meridional se desarrolló la primitiva población.

Su primera mención escrita se remonta a comienzos del segundo milenio antes de Cristo, fecha vaga en la que le sitúa la tableta de arcilla que la nombra “Tadmor”.


En el Antiguo Testamento, la Biblia ya menciona esa legendaria ciudad como parte del territorio arameo y baluarte contra de los reyes de Israel (Saúl y David). Sin embargo, es su período romano imperial el que le ha dado más justa fama. De él proceden las numerosas inscripciones arameas, sus ricos en territorios, sus templos como el famoso de Bel (levantados a comienzos del siglo I), y demás construcciones, cuyos restos han hecho de Palmira uno de los centros arqueológicos más grandiosos e impresionantes de la Antigüedad.

El templo de Bel, el edificio más importante de Palmira, también conocido como “El Templo del Sol”, dispone de 8 por 15 columnas corintias. El templo dedicado a Baal (Baalsamin), deidad fenicia de la fertilidad y la abundancia, fechado en el año 131, aunque se piensa que fue comenzado un siglo antes, es igualmente impresionante.


La población de Palmira fue similar a las otras grandes ciudades del desierto sirio (Doura, Damasco, Mari, Alepo, Gésara…) y por ello las mismas razones históricas, geográficas, étnicas y económicamente.

La ubicación de sus fuentes influyo poderosamente en su trazado, aunque también se piensa en su antiquísimo originan la normativa de la linealidad urbana no era tan rigurosa.

Fue precisamente antes del año 150 después de Cristo, cuando se levantaron la mayoría de los monumentales templos. Orgullo de la ciudad. Pero las grandes, vías porticadas, las monumentales puertas, las grandes construcciones civiles y las suntuosas casas particulares de ricos negociantes, datan de finales del siglo III, coincidiendo con la planificación más regular de la ciudad, al modo de sus vecinas ciudades helenísticas.

Así se explica el relativo buen estado en que la legendaria ciudad se encontraba, cuando en el siglo XVII, unos mercaderes ingleses la descubrieron.

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