Asentada sobre un cerro alargado que domina la ciudad de Granada, es un extenso recinto fortificado en cuyo interior se hallaba el palacio de los monarcas nazaríes.
Por los caminos y jardines de la Alhambra se escucha el borbollero solemne del agua clara.
Por sus acequias misteriosas y ocultas pasan todas las lágrimas románticas que se han derramado en Granada.
El agua tiene muchos sonidos diferentes en la Alhambra.
A veces suena melancólica, como la cuerda de aquellas guitarras gitanas, otras veces se escucha, limpia y alegre, como una risa de niñas o un ruido de copas.
Y en ocasiones suena profunda y mareante como una letanía.
La Alhambra es, sin duda, el sueño de un pueblo nómada. Nada más lejano de la arquitectura sedentaria de los grandes palacios europeos.
Estos son palacios para reyes aposentados y poderosos que, impedidos por el reuma o por la gota, ya no corren por los campos de batalla como el halcón codicioso si no todo lo contrario la Alhambra, es un palacio para donceles de ojos sombríos que salen a la caza de la paloma después de haber pasado una noche de amor y de vino.
El 2 de enero de 1492, boabdil rendía el último baluarte de su raza en España ante el rey Fernando. El Ultimo rey moro de Granada se embarcó en Adra, en octubre de 1493, con los restantes miembros de su familia; la bella Moraima, su esposa, había muerto de dolor y de vergüenza pocos meses antes.
Cuando Boabdil dejó para siempre la tierra donde había sido rey, Isabel la Católica escribió una carta amarga a su confesor: “De laida del rey moro habemos ávido mucho placer, y de la ida del infantico su hijo mucho pesar”.
Pero Boabdil no moriría como un cobarde. A los sesenta y seis años perdió la vida peleando en primera fila contra los enemigos de su protector, el califa de Fez. El césar europeo no podía comprender a aquel fugitivo y medroso Boabdil que había abandonado el paraíso para ir a morir al desierto.
Sin embargo, el mismo moriría años más tarde en las soledades de Yuste, cansado de reinar y de combatir en todos los campos de Europa.
La fortaleza de la Alhambra estaba defendida por una roja muralla y grandes torres cuadradas. Los árabes la llamaban al-qal'a al Hamrd: el Fuerte Rojo. Porque la vida pasa como el viento o como el agua, cantando lo mismo sobre la luna llena que sobre la noche oscura.