Un labrador cansado, en el ardiente estío, debajo de una encina reposaba pacifico y tranquilo.
Desde su dulce estancia miraba agradecido el bien con que la tierra premiaba sus penosos ejercicios.
Entre mil producciones, hijas de su cultivo, veía calabazas, melones por los suelos esparcidos.
Pero se decía entre sí mismo:
¿Por qué la Providencia? ¿Puso a la ruin bellota en elevado y prominente sitio?
¿Cuánto mejor sería que, trocando el destino, pendiesen de las camas calabazas, melones y pepinos?
Fábula del labrador y la providencia de Félix María Samaniego
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Fábula del labrador y la providencia de Félix María Samaniego