Tenía mucho tiempo que Ratón de Ciudad no saludaba a su primo, Ratón de Campo, de modo que en cierta mañana se dispuso para el viaje y se fue a verlo. ¡Primo! ¡Qué bueno es verte de nuevo! lo saludó Ratón de Campo muy alegre cuando lo vio llegar.
Así es que lo invitó a pasar al granero en donde vivía y, de forma inmediata, el elegante traje oscuro de Ratón de Ciudad se llenó de pajitas. ¡Cuánto polvo y paja hay en este lugar! se quejó Ratón de Ciudad. La paja para nosotros es muy cómoda para dormir, dijo Ratón de Campo. Y un poco de polvo y paja no le hacen daño a nadie. Pero, seguramente tienes hambre, vamos a comer. Y lo invitó a sentarse a la mesa. Había allí semillas de girasol, unas pocas migas de pan de centeno y un tanto de cáscaras de nuez llenas de leche.
Ratón de Campo comió muy feliz, pero Ratón de Ciudad no le gusto nada: ¡Qué comida tan básica, primo! Tú tienes que ver que se come en la ciudad. Sí, sí, algún día me gustaría ir a la ciudad y probar las comidas de allá.
Después de cenar, se fueron a acostar. Ratón de Campo se durmió inmediatamente, pero Ratón de Ciudad escuchaba ruidos extraños, la cama de paja le picaba y no podía dormir, todo sentía diferente. Sacudió a su primo y le preguntó: ¿Qué ruido es ése tan extraño? Ahh, contestó Ratón de Campo bostezando, es el canto de los grillos. Es bueno para dormir, ¿no te parece? ¡Qué incomodidad! se lamentó Ratón de Ciudad y casi no durmió en toda la noche.
Muy temprano, al amanecer Ratón de Ciudad le dijo a Ratón de Campo: Primo, he pensado y decidido que hoy mismo iremos a mi casa. Allá verás qué bien se come y cómo se duerme bien en cama de pluma muy cómodas.
Sintiéndose feliz, Ratón de Campo aceptó: Tienes razón primo, ya es tiempo de que conozca la ciudad. Y partieron, finalmente llegaron a la ciudad a la hora de mayor movimiento, El ruido de los coches y de la gente caminando a toda prisa, mareó a Ratón de Campo. ¡Qué ruido tan ensordecedor! se quejó, pero Ratón de Ciudad no lo atendía. Iba muy excitado correteando y comiendo desperdicios que las gentes dejaban caer.
Vamos pronto a tu casa, por favor. Creo que no me siento bien con todo esto que estamos pasando, pidió Ratón de Campo. Por fin llegaron a una bella residencia de Ratón de Ciudad y las personas que allí vivían estaban festejando en una fiesta. Estamos de suerte, primo, dijo entusiasmado Ratón de Ciudad. Hoy comeremos exquisiteces, tal como te lo dije.
Se ocultaron en la ratonera de Ratón de Ciudad a esperar a que se fueran los invitados. Allí estaba un cojín de plumas cubierto de seda, tan suave, que Ratón de Campo se deslizaba al suelo cada vez que se levantaba.
"Es muy suave, pero muy incómodo", pensaba. Por fin, muy tarde, cuando ya Ratón de Campo estaba casi dormido, Ratón de Ciudad le dijo: ¡Ya está! Vamos a nuestro banquete. Saltaron a la mesa y comenzaron a roer queso de Holanda, jamón de Italia, pan de harina blanca, torta de almendras y pastel de manzana. Apenas habían probado las exquisitas comidas, cuando ¡Arin!, casi sin ruido saltó el gato siamés a la mesa. Ratón de Ciudad gritó: ¡Peligro! Y corrió de regreso a su ratonera.
Pero Ratón de Campo fue algo más lento y la garra del gato alcanzó a arañarle la cola justo cuando entraba a la ratonera. ¡Qué susto! ¡Y cómo me duele mi cola!
Al día siguiente, se despidió de Ratón de Ciudad. Primo, gracias por la invitación. Tal vez la ciudad es emocionante y hay comidas exquisitas, pero ¡qué trabajo para apenas probarlas! Prefiero mis semillas, mi cama de paja y mis grillos. Adiós, primo.
Moraleja: