Una relación satisfactoria entre padres e hijos no se logra atendiéndolos solo cuando tienes tiempo, sino con una convivencia constante y significativa.


“Regreso molido de trabajar y con toneladas de preocupaciones. Si deseo ver a mis hijos y platicar con ellos, pero mi humor esta más negro que el chapopote. Es que no tengo tiempo... si lo tuviera, otra cosa seria."


La posibilidad de ver a los niños tranquilitos, con la tarea hecha y sin queja alguna tranquiliza, ¿no? Al adulto quizás; al niño no. Es más, al pequeño lo entristece. Es como si para poder convivir debiera mantener sedadas las emociones: no gritar, no saltar, no alegrarse demasiado porque los papás Ilegaron agotados. Niños estatuas.


Es cierto que el asunto se complica por las múltiples variables que rodean nuestro estilo de vida, pero también es cierto que por cansancio, poca energía o ganas, se nos agota la creatividad y no se nos ocurre que podríamos hacer con los niños para darles momentos de calidad.

¿Qué es eso de tiempo de calidad?
Tiempo de calidad se traduce en mostrar genuino interés y entusiasmo por lo que están haciendo y diciendo. Los niños captan de inmediato cuando la atención no es real, así que en caso de que no estés listo para dar calidad, no fuerces el momento, ya que el radar de los niños lo captara y de manera casi automática el pequeño te ira excluyendo de sus actividades, de sus aventuras y modificara su conducta para que te percates de que algo con el no esta funcionando.


Un detallito mas: no confundamos la calidad con las órdenes y los decálogos de buena conducta (pórtate bien, no subas los pies en la mesa, no le grites a tu mamá, no le contestes feo a la maestra, préstale tus juguetes a tu hermanita, saluda a mis amigas con un beso, tienes que hacer tu tarea que es la única responsabilidad que tienes en esta vida, debes comer bien y no dejar nada en el plato porque hay muchas personas en el mundo que no tienen ni para un bolillo, haz tu tarea bien a la primera, ayúdale a mamá con las cosas de la casa...) y todas.