De qué trata el libro de Deuteronomio

El Deuteronomio (Dt), al igual que otros textos de carácter normativo recogidos en el Pentateuco, pone de manifiesto lo que Dios requiere de su pueblo escogido.

Y lo hace disponiendo concretamente el mandamiento que Jesús calificó de “principal”: “Amarás a El Señor, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6.5; Mc 12.30).


Estas palabras son la medula espinal de todo el discurso mosaico, que ahora asume un carácter más personal que cuando el pueblo lo escuchaba en el Sinaí (llamado “Horeb” en Dt, salvo en 33.2), porque allí Moisés se limitó a transmitir lo que recibía de Dios, mientras que en Moab se expresa en primera persona, para, en su calidad de profeta (18.15-18), revelarle al pueblo la voluntad del Señor (Dt 4.40; 5.1-5, 22-27; 28.1).


El Deuteronomio pone de relieve esta imagen de Moisés mediante frases introductorias como:

“Estas son las palabras que habló Moisés a todo Israel”.

Un lugar destacado ocupa en el libro el llamado “código deuteronómico” (cap. 12-26), que comienza con una serie de “estatutos y decretos” relativos al establecimiento de un solo lugar de culto, de un solo santuario, al que todo Israel estaría obligado a acudir:

“El lugar que El Señor, vuestro Dios, escoja entre todas vuestras tribus ese buscaréis, y allá iréis” (12.5; 1-28).


A este núcleo de carácter legal, que aparece precedido de los dos grandes discursos de cap. 1.6-4.40 y 5.1-11.32, lo siguen algunas disposiciones complementarias (en cap. 31, el nombramiento de Josué como sucesor de Moisés), y también advertencias y exhortaciones de índole varia (cap.27-31).


Los últimos capítulos contienen el “cántico de Moisés”, las “bendiciones a las dote tribus” (cap. 32-33), la muerte de Moisés (34.5) y su sepultura en un ignorado lugar de Moab (34.6).

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