Cómo se transmitió el texto del Antiguo Testamento

El paso de la tradición oral a la escrita llega para el AT en un tiempo en que el papiro y el pergamino estaban ya en uso como materiales de escritura. De ellos se fabricaban largas tiras que, convenientemente unidas, formaban los llamados “rollos”, una especie de cilindros de peso y volumen a menudo considerables.

Así han llegado hasta nosotros los textos del AT (cf. Jer 36), aunque no en sus manuscritos hebreos originales, pues con el tiempo todos han desaparecido, sino merced a la gran cantidad de copias realizadas a lo largo de muchos siglos. De ellas, las más antiguas que poseemos pertenecen aproximadamente al s. I a.C. Fueron descubiertas en lugares como Qumrán, al oeste del Mar Muerto, algunas en bastante buen estado de conservación, y otras muy deterioradas y reducidas a fragmentos.

De las copias que contienen el texto integro de la Biblia hebrea, la más antigua es el Códice de Alepo, que data del s. X d.C. y es reflejo de la tradición tiberiense.

El sistema alfabético utilizado en los primitivos manuscritos hebreos carecía de vocales: en su época, y según un uso común a diversas lenguas semíticas, solo las consonantes tenían representación grafica. Esta peculiaridad era obviamente una fuente de serios problemas de lectura e interpretación de los escritos bíblicos, cuya unificación acometieron los especialistas judíos de finales del s. I d.C.

La labor de aquellos sabios se vio favorecida en la última parte del s. V d.C. por el desarrollo, sobre todo en Tiberias y Babilonia, de un sistema de lectura que culminó entre los s. VIII y XI d.C. con la composición del texto llamado “masorético". En él, fruto del intenso trabajo realizado por los “masoretas” (o “transmisores de la tradición”), quedó definitivamente fijada la lectura de la Biblia hebrea por medio de un complicado conjunto de signos vocálicos y de entonación.

A pesar del exquisito cuidado con que los copistas realizaron y conservaron las copias del texto bíblico, no siempre pudieron evitar que aquí y allá se introdujeran pequeñas variantes en la escritura.

Por eso, a fin de descubrir y evaluar tales variantes, el estudio de los antiguos manuscritos implica una minuciosa tarea de comparación de textos, no solo entre unas y otras copias hebreas, sino también con antiguas traducciones a otras lenguas: así, el texto samaritano del Pentateuco (escritura samaritana); las versiones griegas, especialmente la Septuaginta (hecha en Alejandría entre los s. III y II a.C. y utilizada muy a menudo por los escritores del NT); las arameas (los targumim, versiones parafrásticas); las latinas, en especial la Vulgata; las siriacas, las coptas o la armenia. Los resultados de este trabajo de fijación del texto se encuentran sintetizados en las ediciones críticas de la Biblia hebrea.

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