Había una vez dos niños y su abuelita que querían hacer una tarta, la cual no resultó del todo bien y el incidente comienza así:

Vamos a hacer una tarta entre mi hermano Mario, mi abuela y yo.

Entonces la abuela se pone el delantal y da varias palmadas diciendo:

¡Atención chicos! ¡Vamos a empezar!

Mario dijo: ¡Cuando vuelvan papá y mamá, tendrán una sorpresa!

La abuela me dijo: ¡Alex! ¡Tienes que romper los huevos y separar las claras de las yemas!

Yo le obedezco, pero los huevos no. Quiero agarrar las yemas y se me escurren de las manos.

La abuela nos dice de espaldas a nosotros, mientras pela unas manzanas:

¡Mario! ¡Mezcla la harina con el azúcar! —

A Mario se le acaba de caer el bote de harina sobre unas cerezas en almíbar, y al querer alcanzarlo, ha tirado las pasas al suelo.

Y la abuela continúa hablando:

Ahora mezcla con cuidado las yemas con el azúcar y la harina.

Las claras de los huevos patinan por la mesa, mientras las yemas, como si fueran barcos, navegan por otro lado hasta caer sobre la cabeza del Rufo, nuestro perro.

Yo agarro como puedo las yemas, quitando los pelos, y las lanzo hacia el tazón donde debía estar la harina. Pero no caen en el tazón, y van a la batidora.

Mario esta bajo la mesa, recogiendo las pasas y limpiándolas con su suéter, cuando las claras comienzan a caer sobre su cabeza.

La abuela, que ya ha terminado de hacer rodajas las manzanas, se vuelve con una sonrisa radiante. Al vernos, lanza un grito, y se le cae la bandeja.

¡Pobre abuelita! Pronto se le pasará el susto y mejor con su dinero hemos comprado una tarta.

Después de todo fue algo divertido