Los niños desatendidos o desestimados se sentirán poco valiosos y serán ellos quienes pongan el acento en aquello en lo que son menos capaces. Así, el niño con inquietudes intelectuales, pero lento en el aspecto motriz, se sentirá limitado y sufrirá por ello.
El niño que no ha sido valorado, protegido ni mimado suficiente por sus padres dará mayor crédito a sus puntos débiles. Y sufriré por ello.
En cambio, el niño que ha sido observado y admirado por sus progenitores, amado a través de los actos cariñosos cotidianos, contará con una seguridad en sí mismo que le permitirá erigirse sobre sus mejores virtudes y, al mismo tiempo, reírse de sus dificultades. No es que no tenga dificultades, simplemente de que no les dará demasiada importancia.
Cuando un padre se da cuenta de que su hijo sufre, tratará de hacer algo a su favor al instante. Ya sea porque perciben que tiene una baja autoestima, siente vergüenza, se cree mal deportista o mal alumno, o considera que no está a la altura de las circunstancias; o bien porque tiene muchas dificultades para hacer amigos, le cuesta hablar, relacionarse o jugar con otros, o porque es víctima de las burlas de sus compañeros...
Cualquiera que sea su dificultad, lo peor que puede uno hacer al respecto es tratarlo de tonto, exigirle que asuma solo los problemas o que se enfrente a una realidad que le resulta demasiado hostil. Si su actitud es esta, su hijo se sentirá aún más incapaz y abandonado frente a su propia invalidez emocional.
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