La forma hebrea Debarim (“palabras”) es el título del quinto libro del Pentateuco. La Septuaginta lo llamó Deuteronomio.
El significado de este término griego es, propiamente, “segunda ley”, aunque debe observarse que, aplicado al presente libro, no cabe entenderlo en el sentido de una ley diferente de la “primera” (la mosaica), sino de una repetición de ella.
La situación histórica
La llegada de los israelitas a tierras de Moab es el hecho que prácticamente señaló el final del recorrido iniciado en Egipto cuarenta años atrás.
Las llanuras de Moab, al este del Jordán, fueron la última etapa de aquel larguísimo recorrido, en el curso del cual fueron cayendo, uno tras otro, los miembros del pueblo que habían vivido los tiempos de esclavitud y que luego, colectivamente, habían protagonizado el drama de la liberación (Dt 1.34-39; Nm 14.21-38).
Ese fue el castigo de la pertinaz rebeldía de Israel: que, “exceptuando a Caleb hijo de Jefone y a Josué hijo de Nun”, ninguno de quienes pertenecían a la generación del éxodo entraría en Canaán. Ni siquiera el propio Moisés, el fiel guía, legislador y profeta (Dt 1.34-40; 34.1-5; 14.21-38).
En Moab, frente a Jericó, comprendiendo que ya estaba muy cerca el término de su vida, “resolvió Moisés proclamar esta ley” al pueblo. Lo reunió, pues, por última vez, para entregarle lo que podría llamarse su “testamento espiritual”.
Ante “todo Israel”, Moisés evocó los años vividos en común, instruyó a los Israelitas acerca de la conducta que habían de observar para ser realmente el pueblo de Dios y les recordó que su permanencia en la Tierra prometida dependía de la fidelidad con que observaran los mandamientos y preceptos divinos (8.11-20).