Isla del sur (nueva Zelanda) El sonido del silencio

Isla del Sur, en Nueva Zelanda, se nos presenta con unos paisajes de una fantasía increíble, en general inexplorados. Un mundo donde hombre y naturaleza viven en perfecto equilibrio.


El resplandor que se percibe al otro lado de las hojas de los helechos gigantes anuncia un ocaso luminoso tras una jornada que ha sufrido el repicar constante de la lluvia. Todo aquí rezuma humedad, generosa linfa vital de este ambiente de pecado original: una floresta densa, con un sotobosque compuesto por miríadas de helechos que no dejan ningún espacio entre sus frondas, como si fueran enormes canalones puestos ahí para recoger el agua de la lluvia.


Paseando entre los lagos y recorriendo los valles de arriba a abajo, se van descubriendo las continuas transformaciones de un paisaje que no tiene ni un solo lugar que uno pueda pasar por alto. Claro que hay algunos lugares que son especiales y que se imponen como auténticos monumentos de la naturaleza, quedándose grabados de una forma indeleble en la memoria.




Es el caso, por ejemplo, del Monte Cook, la más alta de las cumbres alpinas, con sus 3700 metros de altura, y uno de los lugares más apreciados en Nueva Zelanda, donde los vestigios de la historia son tan raros que reciben la consideración de bienes preciosos. Y el Monte Cook, al que los maoríes llaman Aorangi, el penetranubes, tiene una larga y gloriosa historia de alpinismo que contar, una historia solo parcialmente desvelada por las amarillentas fotografías de los primeros escaladores y de sus señoras dispuestas a iniciarla escalada enredadas en sus incomodas faldas victorianas.

El Hermitage, el antiguo y glorioso refugio al pie de la montana, actualmente convertido en un hotel de lujo, es un poco el templo de esta rememoración histórica, el punto de partida de una peregrinación que hoy se viste de tecnología. Después de pasar unas cuantas horas en las terrazas se puede admirar las puestas de sol detrás de la cumbre de la montaña una escultura de aspecto constantemente cambiante, o simplemente las nubes que rodean su cima, el próximo paso es subir a un Cessna y efectuar un vuelo espectacular sobre la misma.


Estos pequeños aviones remontan el valle del glaciar Tasman, la mayor extensión de hielo del mundo después de la de las regiones polares, y si el viento no es demasiado fuerte incluso aterrizan en ella. La experiencia resulta inolvidable, especialmente para los amantes de las sensaciones fuertes. Para los demás, conservadores incorregibles o deportistas de acero, siempre queda la excursión a pie por el sendero, todavía sin trazar completamente, que sube hasta la cumbre del monte Cook.


Otra monumental vista panorámica de la que solo los más obstinados son capaces de abstraerse para dedicarse a pescar truchas las hay realmente enormes es la que ofrecen los lagos helados. Las frías aguas, de un color azul intenso, del Pukaki, el Wakatipu y los demás lagos, son como espejos cambiantes en donde se reflejan las mil caras de la naturaleza circundante.


Las estaciones en Nueva Zelanda son exactamente las opuestas a las del hemisferio septentrional. El verano es en el periodo diciembre-febrero, el otoño en marzo-mayo, el invierno en junio-agosto, y primavera en setiembre-noviembre. Clima templado: verano + 22 grados C, e invierno + 8 grados C. En la zona de los grandes Lagos, ambiente montañoso, la temperatura es más baja.

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